FRASES E PENSAMENTO WAGNERIANO DE EMÍLIA PARDO BAZÁN (1851-1921)
A modo de apresentazón, convidamo-vos a disfrutar do traballo sonoro e literário que un artigo que a Condesa E. Pardo Bazán publicou en 1914, na revista La Nación de Buenos Aires. Dura case unha hora e intercala dito artigo sobre Parsifal con exemplo musicais. é un traballo excelente por parte de Radio Nacional Española. As citas expomo-las despois.
Tendes o enlace a este link desde Facebook (Asociazón Wagneriana da Galiza) na altura de 28 novembro de 2011: http: //www.rtve.es/alacarta/audios/escritores-en-el-archivo-de-rtve/emilia-pardo-bazan-wagner-parsifal/1091936 (ainda colgado nesta web na altura de 2015...)
Novo libro de RÍOS, Xosé-Carlos, LA HUELLA WAGNERIANA Y LA ÓPERA EN EMILIA PARDO BAZÁN. DEL TEATRO IMPERIAL DE VIENA AL TEATRO REAL DE MADRID, PASANDO POR CORUÑA (1873-1921), ed. Térculo e AWG, Coruña, 2013. 100pp. Prezo: 18 € (visitar a nosa seczón A TENDA DE CÓSIMA para o poder adquirir. Grazas).
Reseña do libro en: La huella wagneriana y la ópera en Emilia Pardo Bazán - Clasica2: Revista de Música Clásica y Ópera
APRESENTAZÓN DO LIBRO LA HUELLA WAGNERIANA Y LA ÓPERA EN E. PARDO BAZÁN. DEL TEATRO IMPERIAL DE VIENA AL TEATRO REAL DE MADRID, PASANDO POR CORUÑA (1873-1921).
Orde de contidos da apresentazón do libro La Huella wagneriana y la Ópera en E. Pardo Bazán (X. Carlos Ríos), Casa-Museu E. Pardo Bazán da Coruña, 14/I/2015.
1. Salutazón e agradecimentos.
2. Edizón da AWG.
3. Vicisitudes do tema a investigar EPB-WAG-ÓPERA.
4. Dous campos de investigazón. o explícito en EPB-WAG e o implícito en toda obra de EPB. Superioridade da insisténcia temática en Wagner que no resto da ópera comentada pola nosa autora (ver ítems do libro).
5. Ver a obra pardobazaniana (novela, relatos curtos, crónicas) desde o wagnerismo (singularidade). O eido da cultura alemá desde a España de finais do s. XIX e inícios do s. XX.
6. Descoberta (Lohengrin), admirazón ( A Valquíria) e éxtase (Parsifal): fragmentos de respectivas obras (Lohengrin, final acto I, final acto III In Fernem Land; Valquíria: despedida de Wotan a Brunilda, final acto III; Parsifal: escena final do acto III).
7. Insertar-se na Ópera (EPB) para descubrir Wagner: música, texto-libreto, lendas, personaxes, estética, Teatro, relixiosidade, escenografia, atrezzo, etc.
8. Conclusións (libro).
2. Edizón da AWG.
3. Vicisitudes do tema a investigar EPB-WAG-ÓPERA.
4. Dous campos de investigazón. o explícito en EPB-WAG e o implícito en toda obra de EPB. Superioridade da insisténcia temática en Wagner que no resto da ópera comentada pola nosa autora (ver ítems do libro).
5. Ver a obra pardobazaniana (novela, relatos curtos, crónicas) desde o wagnerismo (singularidade). O eido da cultura alemá desde a España de finais do s. XIX e inícios do s. XX.
6. Descoberta (Lohengrin), admirazón ( A Valquíria) e éxtase (Parsifal): fragmentos de respectivas obras (Lohengrin, final acto I, final acto III In Fernem Land; Valquíria: despedida de Wotan a Brunilda, final acto III; Parsifal: escena final do acto III).
7. Insertar-se na Ópera (EPB) para descubrir Wagner: música, texto-libreto, lendas, personaxes, estética, Teatro, relixiosidade, escenografia, atrezzo, etc.
8. Conclusións (libro).
Artigo sobre a relazón artística E. Pardo Bazán-R. Wagner Xa saíu o artigo "EMILIA PARDO BAZÁN ANTE EL DRAMA MUSICAL DE RICHARD WAGNER. DESCUBRIMIENTO, ADMIRACIÓN Y PASIÓN (1873-1921)" pp. 155-212, de Xosé-Carlos Ríos, na revista LA TRIBUNA nº 9, 2012/2013 (edit. 2014),
edizón dixital, http://www.realacademiagalega.org/documents/10157/87770/La+Tribuna+9.pdf?version=1.0
Seleczón de citas EPB-WAGNER:
Seleczón de citas EPB-WAGNER:
“Algunos, es cierto, estuvimos como en misa, y nos dejamos halagar deleitosamente el oído y la imaginación con el perfectísimo tercer acto de la segunda parte de la tetralogía; con la maravillosa cabalgada y la divinamente suave y misteriosa encantación del fuego, páginas que ellas solas bastan para diputar a Wagner por incomparable artista” (Ilustración Artística (IA), nº893, p. 90, 06/02/1899).
“¿Es necesario concentrarse para sentir la hermosura del fuego encantado, el brío marcial y terrible de la gritería walkyriana, las frases de acero de Brunilda, la melodía delicadísima y sugestiva del canto a la primavera? ¿No bastan los nervios, la imaginación, el oído? Creo que sí. Hay mucho de leyenda en esto de que sea preciso estudiar metafísica o matemáticas sublimes antes de comprender a Wagner. La suma belleza artística siempre es directa, fulminante, fuerte y poderosa. Se impone. ¡Y sostener que Wagner adormece! Lo que hace es despabilar. Una audición sentida de La Walkyria consume mucho fluído nervioso”. (IA, idem).
“Y así y todo es de esperar que Wagner triunfará en el “regio coliseo” como ha triunfado ya en los conciertos. Llegará a oírse la tetralogía como se oyen Lohengrin y Tannhäuser, y acaso, acaso, un empresario valiente, andando el tiempo, se atreve con Parsifal. Para entonces ya estaremos archiregenerados, nos habrán vuelto del revés, y formaremos parte de Europa. Parsifal será para nosotros un símbolo. Ya se sabe que Parsifal es el destinado a rescatar los pecados y los yerros de Amfortas, el que disipa las sombras y la tinieblas del mal, el que restaña la sangre de la eterna herida”. (IA, idem).
“...y sin embargo, la gran belleza wagneriana dejará residuos y memorias en el oído, en la fantasía, en el sistema nervioso de un pueblo menos ineducable que mal educado, artísticamente hablado; y poco a poco, se familiarizará con lo personajes de la leyenda renana, como se ha familiarizado con el Caballero del Cisne y la maga Ortruda”. (IA, nº897, p. 154, 06/03/1899).
“Traer a Madrid la obra titánica de Wagner, no se figurarán muchos que tiene que ver gran cosa con esa regeneración de que tanto nos hablan; pues desengáñense; la belleza es un regenerador poderoso. Algunos profesamos como dogma que todo lo bello es necesariamente bueno. Y los pueblos en que se ha cultivado la sacrosanta belleza, no han sido por cierto ni los menos heroicos ni los de menos gloriosos destinos (...). El arte es más necesario que el pan; el pan solo, seco, desabrido, ni gusta ni aprovecha. Venga esa gran corriente de poesía del Norte a inundar nuestras almas agostadas por la desconfianza y el dolor”. IA, nº 897, p. 154, 06/03/1899.
“Apenas estrenada La Walkyria ya se toman confianzas con ella. No hablemos del ridículo modo de vestir de la tiple, que sale de Sieglinda con corsé muy entallado y tacones Luis XV; pero el rayo de Wotan, que tronza la espada de Segismundo, ha sido suprimido por completo desde el primer día, y el descuido y negligencia son tales, que en la famosa cabalgada de la Walkyrias se ve cruzar las nubes a una guerrera con manto verde, y a los tres segundos, habiéndose mudado sin duda, aparece en escena con manto rojo”. (IA, nº 899, p. 186, 20/03/1899).
“¡El cuadro del Greco! –Como la música de Wagner, que a cada audición despierta y hiere nuevas fibras en nosotros, a cada visita, de año en año, me remueve más intensamente la sensibilidad, no sé si diga artística, porque ese cuadro pertenece a la esfera del super-arte y toca en lo sublime lo místico-. Es un cuadro de almas”. (IA, nº 927, p. 634, 02/10/1899).
“El año pasado se cantó en el Real La Walkyria en español, y recuerdo que, a pesar de la sublimidad de la partitura, el público sentía ganas de reír cuando alguna frase, por ejemplo esa de “Prepara el hidromiel” se destacaba sobre la música y resonaba secamente (...) Y los que escriban óperas, que escarmienten; que mediten bien el libreto. A veces, como decían nuestros padres, más cuesta el salmorejo que el conejo. Es lástima que el elemento musical se elabore con primor, con estudio y detenimiento, y el literario aparezca relegado, no a segunda, a décimoctava fila”. IA, nº 944, p. 74, 29/01/1900.
“Es posible que, según la teoría de Wagner, mi oído necesite, para penetrarse de la belleza de la música, el auxilio de la vista”. (IA, nº 1.293, p. 650, 08/10/1906).
“...lo que Ibsen y Wagner significan, damos a sospechar que pretendemos situarnos más arriba que el público, en regiones inaccesibles; en suma, que nos encumbramos desdeñando el vulgo. Y yo declaro que ni Ibsen ni Wagner me han parecido obscuros jamás, antes al contrario, expresivos y emocionantes en grado sumo”. (IA, nº 1.305, p. 2, 01/01/1907).
“A mí no me encanta toda la música que oigo, con lo cual, creo demostrar buen gusto, porque muchas de las piezas de concierto que escucha el público atentamente, son frías, lánguidas, poco o nada inspiradas, y se parecen a las poesías académicas en las cuales no es fácil señalar defectos, y sin embargo no llegan al alma ni causan emoción alguna (...). Es posible que, según la teoría de Wagner, mi oído necesite, para penetrarse de la belleza de la música, el auxilio de mi vista (...). En el templo todo os sugiere el misterioso estado de ánimo a que la música responde fielmente. Las altas columnas, el murmullo tenue de la muchedumbre que se agolpa en la nave, la semiobscuridad, el olor casi disipado del incienso, el parpadeo de los cirios en el altar de oro, sombrío, de antiguas coloraciones...constituyen una decoración del gusto de Wagner (el artista que mejor ha comprendido la estrecha, íntima relación de la mise en scene teatral y la mise en scene religiosa (...) Y así, un Stabat escuchado en la catedral de Sevilla será uno de los recuerdos artísticos más sinceros que me quedan”. (IA, nº 1.293, p. 650, 08/10/1906).
“...lo que Ibsen y Wagner significan, damos a sospechar que pretendemos situarnos más arriba que el público, en regiones inaccesibles; en suma, que nos encumbramos desdeñando al vulgo. Y yo declaro que ni Ibsen ni Wagner me han parecido obscuros jamás, antes al contrario, expresivos y emocionales en grado sumo”. (IA, nº 1.305, p. 2, 01/01/1907).
“...he leído con emoción pasajes altamente poéticos de los Vedas y del Korán. Tampoco es menester ser luterano para sentir hasta impresión religiosa con un salmo de Lutero, y en Hugonotes hemos saboreado y aplaudido estos salmos. Lo cual declaro para que no se crea que la novela de Tolstoy va envuelta en el juicio poco halagüeño que formo de la ópera. Además, la novela, tan hermosa como reconocemos que es, no sirve para libreto de ópera, ¡qué ha de servir!
Los libretos de ópera necesitan ser dramáticos, antes que psicológicos. Hondas psicologías y extrañas formas de pensamiento religioso y humanitario, nunca darán un libreto de ópera que interese y que inspire. Y no son excepción de esta regla los magníficos libretos de Wagner. Llenos de simbolismo y de sentido tradicional, hay en ellos siempre mucho drama, mucho amor, mucha vida, mucha muerte, y ese elemento fantástico y sobrenatural, que tanto se presta a los esplendores del escenario”. (IA, nº 1.568, p. 46, 15/01/1912).
“En Parsifal hay que considerar dos cosas: el poema y la partitura. Como siempre sucede en la obra de Wagner, el libreto está a la altura de la música. Para escribir estos libretos admirables, Wagner no ha empleado más que un procedimiento: no inventar; limitarse a aprovechar la tradición y la leyenda, desentrañando, con la poesía y la música, su oculto simbolismo. Para Wagner, como para Baudelaire, el mundo es una selva de símbolos, y voces misteriosas los murmuran, saliendo de los árboles centenarios de esa selva.
Recordad las obras del maestro. El barco fantasma es una conseja de hilanderas aldeanas, con la cual entretienen la velada, al amor de la lumbre. Tannhäuser, es una superstición popular, cuyo origen se remonta a los tiempos en que las tribus bárbaras recibieron el cristianismo: un templo dedicado a Venus, y convertido como muchos otros en santuario cristiano, lo cree el vulgo sencillo habitado por el antiguo ídolo, encarnado en el demonio de la sensualidad, Venus, que encanta en su cueva a uno de los minnesinger del certamen de la Wartburga. Las leyendas y los viejos poemas del Caballero del Cisne, dieron origen a Lohengrin. Otras fábulas del ciclo bretón crearon a Tristán e Iseo. La mitología germánica, los primitivos cultos tribales, confusos y grandiosos, los muertos dioses de las espesas selvas y montañas, Wotan, Freya, Thor, los Nibelungos, el período de los héroes, las Valkirias, fueron la tela sobre la cual está bordada la tetralogía. Y por último, en Parsifal, hizo Wagner algo más sencillo: tomó como fuente de inspiración los dogmas y los ritos de la Iglesia Católica: la Redención por la Sangre, la Eucaristía. Parsifal es una Misa; no cabe idea más humana ni más genial. (…) Nadie es más entusiasta del maestro que yo (…).
¡Ah, si Parsifal y sus nobles hermanas, las otras bellas creaciones de Wagner, pusiesen redimirnos del “Tápame, tápame…” y de la creciente manía taurómaca; o al menos redujesen estas plagas a sus justos límites, y al puesto secundario que debieran ocupar en la vida nacional! ¡Si la vacuna alemana contra la viruela de grosería y ferocidad nos librase del contagio!”. (IA, nº 1673, p. 62, 19/01/1914.
“Además de compositor es poeta Wagner. Casi es más grande como poeta, y si sus libretos los escribe otro, no tendrían esa profunda compenetración con la música. Pueden definirse así las óperas de Wagner: un todo, indivisible, de música y poesía.
A la larga, el poema decide la suerte de la música (…)
Pero no conozco asuntos ni libretos comparables a los de Wagner. Publicados sin música, como poemas, hubiesen logrado, para su autor, un lugar eminentísimo entre los vates alemanes. Hay dos cosas dignas de notarse en los poemas de Wagner: una, el carácter tradicional; otra, el modernísimo sentimiento. Uniendo el pasado al presente con lazos de oro, Wagner ha logrado quitar la evocación del ayer esa frialdad arqueológica, ese gris de telaraña, que la apartan de nosotros, y la aíslan de la vida actual. No hay gente más moderna y contemporánea, en cierto respecto, que Tristán, Iseo, el caballero Tannhäuser y el héroe Sigfrido (…).
Los problemas de nuestra conciencia están simbolizados en la infernal tradición del Venusberg, con la diablesa que pierde a los hombres, en el certamen de la Wortburga, en la figura célica de Santa Isabel, y surge de esta evocación el poema del pecado y del arrepentimiento, el milagro y el perdón. Lohengrin, cuya idea es el misterio, representa la caballería, fruto de las cruzadas y del catolicismo. Elsa es una figura angélica, digna de un vitral.
Y si en la tetralogía, tan profundamente mística, tan germana y a la vez tan primitiva, tan enlazada con los orígenes de las razas y de los pueblos, no asoma sino como consecuencia del ocaso de los dioses la suposición del advenimiento del cristianismo, en Parsifal son el cristianismo y el catolicismo los que culminan, sobre todo el catolicismo, con sus dogma formidable y soberano de la Eucaristía, abismo de la gracia, en que la mente se confunde, y el corazón se eleva y magnifica.
¿Qué es Parsifal? Una misa; un holocausto. Es el triunfo del dogma de amor sobre el infierno, sobre el pecado, sobre las pasiones. Con acierto singular (…), con intuición de artista, Wagner ha presentado contra la redención por la sangre divina contenida en el Grial, los ardides del mago Klingsor. Porque, en efecto, la mayor parte de las viejas religiones no eran más que ritos mágicos (…) Y sobre este tema, escribió Wagner la música más estremecedora de belleza: esa página que transporta a todos los públicos y que se llama la Consagración del Grial (…)
Hoy, el público madrileño empieza a ser uno de los más adictos a Wagner. Algunos señoritos siguen encontrando que todo aquello es “una lata”; pero ya sienten rubor en decirlo alto. Lo murmuran tímidamente, entre dientes, un tanto abochornados de su opinión”. (IA, nº 1.721, p. 830, 21/12/1914).
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“En Parsifal hay que considerar dos cosas: el poema y la partitura. Como siempre sucede en la obra de Wagner, el libreto está a la altura de la música. Para escribir estos libretos admirables, Wagner no ha empleado más que un procedimiento: no inventar; limitarse a aprovechar la tradición y la leyenda, desentrañando, con la poesía y la música, su oculto simbolismo. Para Wagner, como para Baudelaire, el mundo es una selva de símbolos, y voces misteriosas los murmuran, saliendo de los árboles centenarios de esa selva.
Recordad las obras del maestro. El barco fantasma es una conseja de hilanderas aldeanas, con la cual entretienen la velada, al amor de la lumbre. Tannhäuser, es una superstición popular, cuyo origen se remonta a los tiempos en que las tribus bárbaras recibieron el cristianismo: un templo dedicado a Venus, y convertido como muchos otros en santuario cristiano, lo cree el vulgo sencillo habitado por el antiguo ídolo, encarnado en el demonio de la sensualidad, Venus, que encanta en su cueva a uno de los minnesinger del certamen de la Wartburga. Las leyendas y los viejos poemas del Caballero del Cisne, dieron origen a Lohengrin. Otras fábulas del ciclo bretón crearon a Tristán e Iseo. La mitología germánica, los primitivos cultos tribales, confusos y grandiosos, los muertos dioses de las espesas selvas y montañas, Wotan, Freya, Thor, los Nibelungos, el período de los héroes, las Valkirias, fueron la tela sobre la cual está bordada la tetralogía. Y por último, en Parsifal, hizo Wagner algo más sencillo: tomó como fuente de inspiración los dogmas y los ritos de la Iglesia Católica: la Redención por la Sangre, la Eucaristía. Parsifal es una Misa; no cabe idea más humana ni más genial. (…) Nadie es más entusiasta del maestro que yo (…).
¡Ah, si Parsifal y sus nobles hermanas, las otras bellas creaciones de Wagner, pusiesen redimirnos del “Tápame, tápame…” y de la creciente manía taurómaca; o al menos redujesen estas plagas a sus justos límites, y al puesto secundario que debieran ocupar en la vida nacional! ¡Si la vacuna alemana contra la viruela de grosería y ferocidad nos librase del contagio!”. (IA, nº 1673, p. 62, 19/01/1914.
“Además de compositor es poeta Wagner. Casi es más grande como poeta, y si sus libretos los escribe otro, no tendrían esa profunda compenetración con la música. Pueden definirse así las óperas de Wagner: un todo, indivisible, de música y poesía.
A la larga, el poema decide la suerte de la música (…)
Pero no conozco asuntos ni libretos comparables a los de Wagner. Publicados sin música, como poemas, hubiesen logrado, para su autor, un lugar eminentísimo entre los vates alemanes. Hay dos cosas dignas de notarse en los poemas de Wagner: una, el carácter tradicional; otra, el modernísimo sentimiento. Uniendo el pasado al presente con lazos de oro, Wagner ha logrado quitar la evocación del ayer esa frialdad arqueológica, ese gris de telaraña, que la apartan de nosotros, y la aíslan de la vida actual. No hay gente más moderna y contemporánea, en cierto respecto, que Tristán, Iseo, el caballero Tannhäuser y el héroe Sigfrido (…).
Los problemas de nuestra conciencia están simbolizados en la infernal tradición del Venusberg, con la diablesa que pierde a los hombres, en el certamen de la Wortburga, en la figura célica de Santa Isabel, y surge de esta evocación el poema del pecado y del arrepentimiento, el milagro y el perdón. Lohengrin, cuya idea es el misterio, representa la caballería, fruto de las cruzadas y del catolicismo. Elsa es una figura angélica, digna de un vitral.
Y si en la tetralogía, tan profundamente mística, tan germana y a la vez tan primitiva, tan enlazada con los orígenes de las razas y de los pueblos, no asoma sino como consecuencia del ocaso de los dioses la suposición del advenimiento del cristianismo, en Parsifal son el cristianismo y el catolicismo los que culminan, sobre todo el catolicismo, con sus dogma formidable y soberano de la Eucaristía, abismo de la gracia, en que la mente se confunde, y el corazón se eleva y magnifica.
¿Qué es Parsifal? Una misa; un holocausto. Es el triunfo del dogma de amor sobre el infierno, sobre el pecado, sobre las pasiones. Con acierto singular (…), con intuición de artista, Wagner ha presentado contra la redención por la sangre divina contenida en el Grial, los ardides del mago Klingsor. Porque, en efecto, la mayor parte de las viejas religiones no eran más que ritos mágicos (…) Y sobre este tema, escribió Wagner la música más estremecedora de belleza: esa página que transporta a todos los públicos y que se llama la Consagración del Grial (…)
Hoy, el público madrileño empieza a ser uno de los más adictos a Wagner. Algunos señoritos siguen encontrando que todo aquello es “una lata”; pero ya sienten rubor en decirlo alto. Lo murmuran tímidamente, entre dientes, un tanto abochornados de su opinión”. (IA, nº 1.721, p. 830, 21/12/1914).
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